terça-feira, 16 de fevereiro de 2010

sertões de dentro e de fora


Quiero llamarte “abuelo”, “señor”, “padre”, “viejo”, que me parece ser el enseñamiento que careces ahora, entenderse en par con el tiempo cambiante, con los procesos de maduración de la materia en el aire. Se te entiendes así, te aquietas, sin miedo de la muerte, y así, puedes contemplar las rugas que se desceñían en tu piel, las manchas del calor, e los desgastes desenrollados en tus propios caminos, conociendo estómagos de baleas, en revoltosos mares, descubriendo nuevos compuestos, nuevos viejos complexos, vivenciando el ambiente líquido de la amplitud de los sentimientos. Es la hora de reentender los deseos, vivir la muerte de otra manera, y entenderse dentro de la querencia del mundo. Se tienes algo a decir, dime, que estoy a escucharlo, yo, cuando no hablo, es por non tener palabra que ayude. As veces el silencio es bueno en hacer que se hable dentro. Llama atención tuya, enjérgate. Es tu misión ahora, tu augurio, tu señal, tu mejor presagio; tu pasaje, tu miración… la transmutación en pájaro y zorro señora. Solamente así, en el tao, el camino del medio, te quedarás tranquilo y guapo. Solamente así, podrás vivir tuya poesía en el desapego.
La cuestión no es olvidar el niño, el joven, el hombre, es si la comprensión de las presencias todas, el conocimiento arquetípico que te hace sabio hablador e vidente. Es la intimidad con el cantar de las leyendas, la intimidad con el camino, la permisión en parafrasearlo maestramente y en eficacia. Entonces, ejerces tu xamã – ¡cultiva, profesas! – tu hechicero anciano, dale destello para que trabaje a ti, te ocupe, te maestre; que conocerse es conocer tuyo sol de la media noche.